miércoles, 16 de diciembre de 2009

In Memoriam Hna. Mª Rosario Ferrer Palero, Carmelita de la Caridad


“Todo el que deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre o hijos o campos por mi causa, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna” (Mt. 19, 29)

Diez de diciembre de dos mil nueve, día de acción de gracias a Dios porque al final de una vida vivida en plenitud desde la entrega y fidelidad a Jesucristo, su humilde sierva, María del Rosario Ferrer Palero, la hermana Rosario, Carmelita de la Caridad, Rosarín para los más íntimos, goza ya en el cielo de la herencia prometida, del gozo de la visión del Señor.
Rosario nació en Cullera un veinticinco de marzo de 1935. Sus setenta y cuatro años de vida son un canto de alabanza a Dios que podríamos entonar con estas palabras “He despreciado las riquezas y glorias mundanas, por el amor de mi Señor Jesucristo. Le he visto, me he enamorado, he creído en Él, y le he amado”.
Su vocación se forjó en el seno de una familia numerosa de siete hermanos, cinco chicas y dos chicos, que residía en una casa bastante grande de la calle Ramón y Cajal, en la que junto con sus padres, personas de profunda fe católica, convivían los abuelos maternos, de donde salió Rosario para consagrarse al Señor poniéndose a su servicio y al de los demás.
Fue bautizada el treinta y uno de marzo de 1935, día siguiente de su inscripción en el registro civil. Se confirmó siendo aún muy pequeña, a los seis años de edad, y recibió su primera comunión cuando tenía diez años.
Acudió como alumna al Colegio Inmaculada Concepción, Asilo de Bou, donde realizó sus estudios de comercio, contabilidad y piano. Unos años más tarde estudió también idiomas.
Su vida de fe, oración y celebración de los sacramentos estuvo vinculada a la parroquia Santos Juanes donde colaboraba y participaba en diversas actividades. Una de ellas fue ser madrina de la imagen del Cristo Misericordioso que se encuentra en el Santuario del Castillo situado junto a la misma puerta de entrada.
A la edad de dieciocho años decidió ingresar en la Congregación de Religiosas Carmelitas de la Caridad. Empezó este camino en Vinalesa, la Casa Provincial, y a los seis meses de su ingreso tuvo lugar la toma del hábito. Estuvo dos años de novicia hasta que el día de la Candelaria, dos de febrero de 1956, hizo la Profesión temporal de votos y a continuación fue destinada a Valencia para realizar el Juniorado hasta el año 1957.
Su siguiente destino fue Villena, población de la provincia de Alicante, donde estuvo durante ocho años dedicada a la educación del alumnado en el Colegio de la Encarnación. En ese mismo Colegio realizó la Profesión perpetua de votos en la fiesta de la Candelaria, cinco años después de su profesión temporal, “El Señor la desposó para siempre en la fidelidad y en el amor”.
El Colegio del Sagrado Corazón de Denia, población igualmente de la provincia de Alicante, fue su siguiente destino, allí estuvo ocho años como Procuradora.
Posteriormente pasó a Valencia residiendo en los colegios del Sagrado Corazón y en la Gran Asociación y después se la destinó a la Casa Provincial de Vinalesa, ejerciendo el cargo de Procuradora Provincial durante todo ese período que abarcó nueve años.
El año 1988 es enviada de nuevo al Colegio del Sagrado Corazón de Denia como superiora de la Comunidad y también como Administradora Provincial, tarea que ejerció hasta el año 1998 en que la enfermedad comenzó a manifestar sus indicios.
En esa época fue trasladada al Colegio Sagrado Corazón de Valencia desde donde estuvo colaborando, dentro de sus posibilidades, en el Casal de la Pau durante dos años.
A partir del año 2000 se evidencia que la enfermedad de alzhéimer va haciendo mella en su cuerpo, el avance es lento pero progresivo, y es enviada a Denia, en esta ocasión a la residencia Casa Vedruna, de la Comunidad de sus Hermanas Carmelitas, donde ha permanecido hasta el momento de su muerte.
De su vida de religiosa podríamos destacar dos etapas: la primera, en la que vivió su vocación desde la entrega total al servicio de los demás, exceptuando los errores y fallos que sin duda tenía como cualquiera de nosotros, pero desgastándose profundamente tanto en los cargos de gran responsabilidad que se le encomendaron en la Congregación, como volcándose a fondo en ayudar a aquellas personas que veía necesitadas, ya fueran de su propia familia o de otros ámbitos seglares o colegiales. Prueba de ello es el gran cariño y preocupación con que Rosario trató de llenar el hueco que dejó su madre al morir repentinamente, dejando esposo y tres de sus hijos, los hermanos más pequeños de Rosario, siendo menores de edad que estaban aún en su primera etapa escolar. Y también el modo en que ayudó a algunos trabajadores sacándoles de situaciones muy difíciles y dándoles la oportunidad de rehacer dignamente sus vidas.
En esa primera etapa, la hermana Rosario se manifiesta como una persona inteligente, capaz, dispuesta, llena de fortaleza y valor frente a las dificultades, apoyada en la oración al Padre y en su devoción a la Virgen Santísima que, como buena hija de Cullera tenía muy arraigada, y a San José a quien eligió como patrón desde el día de su consagración.
La segunda etapa de su vida de religiosa es aquella en que aparece la enfermedad y, como consecuencia, la fortaleza, la inteligencia y disposición se convierten en debilidad y necesidad de ser atendida. En esta etapa Rosario nos ha enseñado a todos los que la hemos tenido más cerca a hacer realmente presente a Jesús en el hermano y nos ha permitido ejercer la gratitud haciendo nuestras las palabras del Evangelio “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.
La hermana Rosario ha estado en este último período de su vida colmada de atenciones y cuidados con el gran cariño de todas las personas que tenía cerca, religiosas y seglares. Su familia, hermanos y sobrinos, la ha visitado en muchas ocasiones, unas veces todos juntos, su enfermedad ha servido también para unirnos un poco más a su entorno, y otras veces según las posibilidades de cada uno. Y ella ha sabido responder a todos los que tenía normalmente a su alrededor cuidándola y a los que la visitaban periódicamente sin manifestar queja alguna, a pesar de su enfermedad, con una sonrisa agradecida y con su mirada viva y tierna.
Ahora nos queda de Rosario el recuerdo de sus palabras, de sus gestos, de sus obras, los sentimientos y la oración mutua.
Diez de diciembre de dos mil nueve, día de júbilo en Jesucristo, Hijo de Dios, porque la hermana Rosario esposa fiel del amado Nuestro Señor, virgen consagrada por amor a su Creador y madre desde la fecundidad de sus buenas obras, goza por siempre de la felicidad anhelada junto al Buen Pastor con el que nada le puede faltar.

Hermana María del Rosario de San José,
Cullera, 25 de marzo de 1935,
+ Denia, 10 de diciembre de 2009
Descanse en paz.

“Sólo una cosa es necesaria, la parte que ella ha escogido es la mejor y nadie se la quitará”
(Lc. 10, 42)


Sus restos reposan aguardando la resurrección en el cementerio de Cullera,
Panteón del Colegio Inmaculada Concepción, Fundación Bou

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